martes, 8 de mayo de 2012

¡MAURURU POLYNÉSIE!

Imaginaos las islas del Pacífico antes de la era Cook. Tenemos a unos indígenas completamente adaptados a un medio, a un clima, a los alimentos que la tierra produce. Se han desarrollado enormemente en el campo espiritual, en el mental, en el energético. Tienen su propia manera de explicar el mundo y la naturaleza, tienen sus propias jerarquías y de pronto…les caen los colonos encima. Con ellos llegan nuevas enfermedades, nueva religión y nuevos hábitos.


El vestido tradicional polinesio (una falda hecha de hojas, una corona de flores, un pelo larguísimo tapando el torso y todo el cuerpo tatuado) se considera una ofensa y les obligan a taparse de pies a cabeza, los maraes (sus centros ceremoniales) se sustituyen por iglesias católicas, protestantes, amish…El color de la piel se vuelve más claro debido a las generaciones mixtas (hijos de polinesio y europeo o chino). La sociedad se globaliza poco a poco y pierde a pasos galopantes su cultura ancestral y su idioma.

Son los años 70 y de pronto llegan de nuevo los europeos, esta vez sin carabelas ni nuevos tubérculos que cultivar. Con ellos llega el ateísmo, el nudismo, el bronceado…esos misioneros que tanto les hicieron perder se substituyen por liberales sin dioses, locos por quitarse la ropa y no dejar ni un centímetro de piel sin broncear. Y ahora todos queremos saber sobre la cultura polinesia, sus bailes, sus ceremonias…intentamos aprender palabras de tahitien, una lengua que se pierde poco a poco. Si los ancestros pudieran hablar nos dirían “¡no hay quién os entienda!”. Y tendrían razón…


A nosotras no nos gusta dejar demasiado impacto a nuestro paso por el mundo. No somos como James Cook, no somos exploradoras ni misioneras. Preferimos pasar desapercibidas, mezclarnos con los locales y adaptarnos a sus costumbres. Nos gusta el taro, el uru, el poisson cru, llevar collares de flores cuando nos dan la bienvenida y de caracolas cuando nos despiden. Por suerte aún quedan islas del pacífico donde puedes encontrar esa tranquilidad de la vida isleña sin bares, sin hoteles “sur-pilotés”, sin pizzerías…nosostras nos decidimos por Raivavae.


Raivavae pertenece al archipiélago de las Australes y dicen que será la próxima Bora Bora…otra isla a merced del turista exigente e inconsciente. No nos arrepentimos de haber ido tan lejos para verla antes de que esto pase. Raivavae tiene la fama entre los locales de tener la laguna más perfecta de la Polynésie. ¡Y no mentían! Entre la barrera de coral y las montañas que formaron el antiguo volcán encontramos las aguas más azules que nunca hemos visto antes. Turquesas en la zona de “motus” (pequeños islotes hechos de arena acumulada por las corrientes), y azul eléctrico en las zonas más profundas.

Por el momento sólo te puedes alojar en pensiones familiares y moverte con kayaks o con los pescadores si tienes suerte. Los corales albergan decenas de diferentes especies de peces y hay uno que nos gusta especialmente: el pez bala. Es territorial y su deber es defender su espacio, sea como sea el que cruce la línea. Así que si invades la zona de este adorable pez de colores que no tiene miedo de nada, se pone a dar vueltas a tu alrededor hasta que te ataca…¡Aleyda os puede asegurar que tiene dientes!

En Moorea, la isla mágica que esconde las puestas de sol de Tahiti, nos encontramos otros peces bala, pero esta vez les respetamos y mantuvimos distancias. A Moorea fuimos en bicicleta, pero el tiempo no nos acompañó y nos tocó pedalear bajo la lluvia cada día, pero tampoco estuvo tan mal, el sol en un país húmedo y caluroso puede dejarte exhausto en cuestión de minutos. Nuestra meta era dar la vuelta a la isla y subir al mirador, ¡y lo conseguimos!


De vuelta a Tahiti pasadas por agua nos esperaba Marta con un extenso muestrario de vestidos típicos tahitiens para irnos a una cena de la escuela de Tamuré, las danzas tradicionales. Las coronas y los colores no faltaron en la velada. Entre cenas, fiestas de despedida y sesiones de cine no nos dimos cuenta y ya llevábamos nuestro collar de caracolas que nos despedía de la Polynésie y de Marta.

Pero aún nos faltaba la última isla que cierra el triángulo polinesio en el Pacífico: Rapa Nui.

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