La Polinesia Francesa está formada por varios
archipiélagos que dependen administrativamente de Francia desde la segunda
mitad del s.XIX. Lo primero que sorprende al llegar a Papeete, la capital, es
entrar al país por la cola de ciudadanos de la UE, sin sellos ni colas. Lo
segundo, entrar en una isla tropical donde la mayoría de gente se autoabastece
con la pesca y la agricultura, pero donde los precios del los servicios son
desorbitados: 500 € para volar de una isla a otra, 1,5 €/l de gasolina, 7
€/hora de internet, 30 € por una cena en un puesto callejero…Pero aquí los
sueldos de los que encuantran un empleo (hay pocos, pero afortunadamente los
locales tienen preferencia siempre) doblan o triplican los nuestros y el
gobierno francés pone todo su empeño por dar subvenciones, ayudas y
créditos…¿lo harán por intentar compesar el daño que hicieron cuando, pactado o
no, convirtieron estas islas del Pacífico en zona de ensayos nucleares desde 1963?
Sea como sea, tienen una deuda que no conseguirán
saldar con dinero. Quizás lo mejor es lo que defiende una parte creciente de la
población: la independencia. Teri’i es uno de ellos, cree en su tierra, en su
lengua, intenta recuperar su cultura machacada por los misioneros y sabe que
este cambio conllevaría algunos pasos atrás que tendrán que aprender a
enfrentar y lidiar. Junto a Teri’i,
Christelle y sus 5 hijos pasamos una enriquecedora semana en su cámping Hiva Plage en Huahine.
Llegar y salir de la isla no fue fácil si no te
dejas convencer por las facilidades de viajar en avión o si los 500 € no te
convencen…Las comunicaciones marítimas son escasas, sólo hay dos barcos a la
semana que hacen el recorrido entre las islas de la Société, barcos cargueros
que aceptan a 10 pasajeros y algunos polizones. Los billetes, que cuestan 50
veces menos que los de avión, se tienen que comprar con mucha antelación. Y si
no llegas a tiempo, nosotras teniamos 2 y eramos 3, tienes que esperar a que el
barco esté a punto de zarpar para saltar a bordo…le tocó a Marta.
Zarpamos a las 17h y llegamos a Huahine a las 2h de
la mañana…la primera isla en la que para el carguero, menos mal…Esperamos hasta
las 6h de la mañana, durmiendo en la parada de los tomates, hasta que el sol
empezó a dar luz a una isla de colores mágicos y montañas moldeadas. Nos
quedamos embobadas hasta que llegó Christelle y nos llevó al cámping, al sur de
la isla. Si el puerto de Fare nos pareció encantador, la playa de Parea nos
dejó sin palabras. Montamos tiendas, bikini, gafas y a bucear…
Teri’i puso mucho empeño en descubrirnos los
secretos de su isla, nos encanta escuchar a aquellos que aman sus raíces. Nos
llevó a ver los entrenamientos de va’a (piragua) a una playa muy tranquila, nos
llevó a las montañas sagradas y nos explicó los rituales de sus ancestros,
hicimos una excursión en bicicleta hasta una zona remota de la isla donde nos
sentimos protagonistas de una mezcla entre peli de aventuras en la jungla y de
náufragos…Y el resto de horas a jugar con los niños, ellos nos enseñaban los
secretos del mar y nosotras los del circo.
Y llegó la hora de irnos, pero esta vez por la
puerta grande: un ferry de pasajeros que nos dejaría en Tahití en sólo 4 horas
y que sólo hace el trayecto una vez por semana. Afortunadas…no tanto. No
tardamos ni 30 minutos en empezar a notar los achaques de las olas contra el
casco, y las siguientes 3 horas y media las pasamos cogidas a una bolsa de
plástico, obviaremos los detalles. Pero la vuelta a Tahití iba a durar poco
porque nos esperaba otra aventura: ¡llegar a Raivavae!
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