Consultando un libro de animales en África descubrimos que algunas especies, como por ejemplo los elefantes y los humanos, tienen diferentes características dependiendo de su hábitat. Las especies que habitan en la jungla tienen una característica en común, su tamaño es más reducido ya que los espacios también lo son. El elefante pigmeo (el que vive en la jungla) pesa entre 3 y 6 toneladas mientras que el elefante de la sabana puede llegar a pesar 8 toneladas. El elefante asiático tiene además diferente estructura craneal, un tamaño de orejas más pequeño y otro color de piel. ¿Y por qué lo sabemos? Porque estuvimos muy cerca de ellos.
Después de que Samu y Carla nos lo recomendaran encarecidamente, decidimos embarcarnos en la “2 days mahout experience”. Mahout es el nombre de origen indio que reciben los instructores capaces de dirigir a un elefante. Nuestro día empezó a las 9 de la mañana camino al “elephant camp”, a 20 km de Luang Prabang, donde nos explicaron brevemente las instrucciones que había que darle a las elefantas y como subir en ellas.
Después de una comida laosiana, cruzamos el Nam Khan para llegar donde nos esperaban las elefantas que nos acompañarían durante nuestros 2 días. Nuestra primera toma de contacto fue un breve y pasado por agua paseo por la jungla, ya que algún grupo más de turistas estaba esperando su turno. Volvimos a surcar el Nam Khan camino a las cataratas Huay Sae, mientras esperábamos que llegara el atardecer, momento en que todos los turistas que habían visitado el campamento ese día volvían a Luang Prabang.
Nuestra tarea esta vez era acompañar a las elefantas hasta la zona donde pasarían la noche. Estar sentadas en el cuello de uno de estos animales, al atardecer, acompañadas de los sonidos incesantes de los habitantes de la jungla, viendo como las enormes patas de las elefantas se hundían y deslizaban por el barro, al son de su acompasada respiración es una experiencia indescriptible. Pero lo mejor aún estaba por llegar.
Tuvimos que deshacer el camino que habíamos hecho con ellas, pero esta vez solos. Descalzos y con el barro hasta los tobillos, intentábamos avanzar entre los inmensos árboles de la jungla intentando evitar las caídas y desenado que a ninguna sanguijuela le diera por chuparnos la sangre. Tuvimos suerte con las sanguijuelas, no con las caídas…
Después de la lluvia pudimos disfrutar de una cena magnífica con el arcoíris de fondo para coger fuerzas para el día siguiente. A las 7 de la mañana ya estábamos en pie deseosas por ver de nuevo a nuestras elefantas. Las fuimos a buscar de nuevo a la jungla y las llevamos (o mejor dicho, nos llevaron) al río a tomar su baño matutino. ¡Cómo les gusta el agua!
Nos íbamos acercando al río y no teníamos claro lo que pasaría…¿teníamos que bajar (toda una hazaña) de las elefantas para lavarlas a la orilla de río? ¿Teníamos que acompañarlas para que se metieran en el agua? ¿Se bañaban ellas solas? Mientras pensábamos todo esto no nos dimos cuenta que ya estábamos a orillas del Nam Khan y las elefantas seguían caminando. Nos adentramos al río hasta que el agua les cubría todo el cuerpo menos el torso y la cabeza, ¡atónitos! No sólo les encantaba el agua, sino que les gustaba jugar a sumergirse, a tirarnos, a mojarnos. Estuvimos jugando dentro de esa agua tropical y completamente marrón como si fuéramos niños durante 1 hora, mientras intentábamos frotarlas con un cepillo. No sabemos quién se lo pasaba mejor, si nosotros haciendo el tobogán en su espalda o ellas duchándonos con la trompa.
Acabado el baño, nos sacaron del río, nos bajamos, les dimos algunos plátanos, nos despedimos de ellas y nos volvimos a subir a la barca camino de nuestra ducha…en todo el trayecto no se oyó ni una mosca…
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