Sao Paulo es a su vez la ciudad más grande del
hemisferio sur con una población de 20 millones de habitantes. Mires donde
mires nunca alcanzas a ver sus límites, sólo ves rascacielos desorganizados y
alguna área residencial de una planta que intenta sobrevivir entre aquel bosque
de hormigón.
Brasil es un país de contrastes, tienes climas
fríos y tropicales, selva y montaña, riqueza y pobreza, tranquilidad y
agitación…y pasando sólo 15 días viajando por ahí, no podemos decir que lo
conozcamos. Nuestra aventura brasileña empezó con un gran hándicap: la
preparación de todo el papeleo para poder entrar en el país.
Brasil utiliza una política de inmigración de
reciprocidad, si España les pide a los brasileños que demuestren que no se van
a quedar en el país, Brasil hace lo mismo con los españoles. Así que nos tocó
llevar preparada una carta de invitación firmada y sellada delante notario, un
extracto de la cuenta bancaria para demostrar que contábamos con 80€ por día de
estancia en el país, una tarjeta visa para demostrar su límite y, por supuesto,
un vuelo de salida del país.
Una vez recopilada toda la documentación nos
dirigimos nerviosas a la frontera de Paraguay con Brasil, el agente nos miró y
revisó nuestro pasaporte. Al ver que éramos españolas llamó a un superior por
el walkie y estuvieron hablando un buen rato, nos hizo cambiar de garita y
siguió hablando y revisando nuestros pasaportes hasta que de pronto dijo
“afirmativo”, colgó el aparato, selló nuestros pasaportes y nos dejó pasar sin
mirar ni un solo documento…nuestra conclusión es que probablemente éramos de
las primeras españolas en cruzar esa frontera y pensaron que por dos mochileras
no se iban a estudiar el protocolo. Sea lo que fuera nos quitó un gran peso de
encima.
Ya en Brasil no perdimos ni un minuto para ir a
ver uno de nuestros sitios pendientes: las cataratas de Iguaçú. Esos días el
caudal estaba al máximo y pese a su color marrón de “arraso con todo” la
cantidad de agua cayendo por los 275 saltos nos dejaron sin palabras.
En el viaje de Foz de Iguaçú a Curitiba en un
autobús nocturno de lo más cómodo, vivimos nuestra primera experiencia con la
policía que nos detuvo y registró dos veces en 10 horas. La segunda fue rápida,
entran los policías armados, te hacen sacar todo lo que llevas en el equipaje
de mano con cara de pocos amigos y luego registran las maletas del compartimento
inferior. En la primera todo fue bien hasta que llegaron al último paso…de
pronto se detuvieron, dos agentes subieron al autobús y gritaron “¡quién
debería estar en el asiento 19!”; un chico en el fondo se levanta y le apuntan
con sus pistolas, él levanta los brazo y lo enmanillan, le hacen bajar del
autobús y le detienen. ¿Por qué? Por llevar 10 kg de marihuana en una maleta…
Curitiba es una ciudad fría, pero muy bonita. Es
una de las ciudades mejor pensadas urbanísticamente del mundo y gracias a Inés,
Javi y Diógenes pudimos visitar algunos de sus parques. La estancia fue muy
agradable gracias a la hospitalidad de Talita y su familia que nos cedieron su
casa pese a no estar ninguno de ellos en la ciudad. ¡Gracias!
Y de Curitiba a la gran urbe: Sao Paulo. Un
monstruo encantador que hay que descubrir poco a poco. De la mano de Juli y sus
padres fue mucho más fácil no perderse por Sè, Luz, Liberdade, Pinheiros…Juli
nos enseñó todas las caras de una ciudad que sin parecernos atractiva atrajo
nuestro interés con sus museos, fábricas rehabilitadas en centros culturales y
deportivos, hoteles con forma de ballena, terrazas escondidas entre el
hormigón, torres de acero, discotecas en pequeñas casitas…en definitiva, el
último grito en modernismo.