miércoles, 7 de septiembre de 2011

PRESENCIANDO LA ORACIÓN


La mayor parte de la población Lao practica el budismo Theravada, en el cual los fieles se esfuerzan por alcanzar el nirvana (liberación del ciclo de la existencia), estado que se consigue en el curso de numerosas reencarnaciones que suponen un progresivo esfuerzo a favor de la iluminación (recordad que buda significa el iluminado). En los numerosos Wat (templos) extendidos por todo el país conviven miles de monjes que practican la meditación. En Lao un hombre no se considera maduro hasta que no ha pasado una temporada (entre 3 meses y un año) siendo monje. Pese que para las mujeres no es obligatorio, también las hay. Los monjes y las monjes no se mezclan, unos visten túnicas naranjas y ellas túnicas blancas, pero todos se han despojado de sus melenas. El único momento que comparten es la meditación, cuatro veces por día, ellos se sientan enfrente y ellas detrás, pero todos recitan al unísono las mismas oraciones. Las oraciones se practican en el edificio principal de Wat, y normalmente no se admiten visitantes aunque el wat permanece todo el día con las puertas abiertas. Excepcionalmente algunos Wat permiten la entrada de visitantes durante la oración, como es el caso del Wat Sok Pa Luang en Vientiane, y como no podía ser de otra manera… ahí estuvimos.

Después de nuestra experiencia con las elefantas decidimos alargar un par de días más en la excepcional ciudad de Luang Prabang para lavar ropa, ir a la exposición “historias del Mekong” y preparar nuestra siguiente etapa. Vientiane es la actual capital de Lao, durante la colonización francesa lo fue temporalmente Luang Prabang, y su provincia es la primera en la que el río Mekong hace de frontera natural entre Tailandia y Lao, con lo que puedes pasear tranquilamente por su orilla viendo Tailandia de fondo. Pero llegar a dar ese paseo no fue nada fácil.
El autobús a Vientiane salió puntual a las 9h de la mañana. Pasadas tres horas empezamos a ver a lo lejos colas de camiones parados en la carretera, nos detuvimos detrás del último camión y nos indicaron que debíamos bajar y cambiar de autobús. Cogimos nuestros 20 kg de mochilas cada una y empezamos a andar entre el caos, eso parecía una campo de refugiados. Las cunetas estaban abarrotadas de gente, había pequeños puestos provisionales de comida y hamacas colgadas en los lugares más inverosímiles (por ejemplo debajo de los camiones). Hacía cuatro días que las lluvias torrenciales habían provocado un desprendimiento de la montaña, tan enorme que había sepultado 1 km. de carretera. Andamos durante 1 hora los 5 km que nos separaban del final del embudo de vehículos, donde se suponía que tenía que llegar nuestro bus, se puso a llover a cántaros y todo se convirtió en un barrizal. Esperamos durante 4 horas en la carretera.

Ante la perspectiva de llegar a Vientiane a las 3 de la madrugada optamos por parar en Vang Vieng junto con nuestras nuevas compañeras de penurias en la carretera, y ahora ya amigas, Laura y Estelle. El plan B no estuvo nada mal, alquilamos bicis y visitamos la zona, cascadas, lagunas y unos paisajes espectaculares entre montañas cársticas!

Al día siguiente pudimos por fin llegar a Vientiane, una ciudad que a primera vista no tiene nada, pero que esconde aquellas típicas cosas que hacen que tu estancia sea perfecta, es tranquila, tiene rincones preciosos y un paseo delante del Mekong en el que puedes correr, pasear, comer un pincho o simplemente contemplar. Tuvimos tiempo para hacer un poco de todo, paseamos y cenamos en los mercados nocturnos, visitamos el excéntrico parque del Budha (y nos tocó hacer de profesoras de inglés a los alumnos del campamento de verano), alquilamos unas bicis y nos recorrimos la ciudad con su Estupa dorada (Pha That Luang) y sus templos, algunos muy nuevos y otros antiquísimos, y hasta tuvimos tiempo para asistir a una oración abierta a visitantes en el Wat Sok Pa Luang. Aún dudamos si fuimos al templo correcto, no había ni un solo visitante más, pero las monjes estuvieron encantadas con nuestra visita…probablemente éramos las primeras…

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